El
mueble estaba en una esquinita, medio escondido. Yo creo que alguien le echó el
ojo y decidió semiocultarlo para pasar a recogerlo más tarde con un coche, fue
la impresión que tuve. Le habían quitado casi todos los tiradores y las patas
traseras estaban rotas, no tenía buena pinta sin embargo sí que le vi muchas
posibilidades, mi marido ninguna pero me dio el capricho y lo cargó en el
coche.
No
tengo paciencia para rehabilitar un mueble así que ya sabíamos a quién le iba a
tocar, es el mejor para estas cosas. Sin tener demasiados conocimientos de
restauración se lo trabajó a conciencia, lento y prolijo, a pesar de mi
desesperación por querer acabarlo ya!
Pensé decaparlo entero y darle algún tono envejecido, pero estoy ya un poco cansada
de esta moda y preferí dejarlo “tal como era”.
Lo
primero fue una limpieza a fondo, mi única colaboración. Comenzó quitando de la
tapa un plastificado horroroso que imitaba a madera pero a mitad de trabajo
vimos que estaba bastante deteriorada y hubo que comprar un tablero nuevo de
contrachapado. Muy desmoralizante. Frases como “… yo no sé para qué te hice
caso…” y otras por el estilo tuve que escuchar durante un tiempo.
Puso
nuevas las patas de atrás, a todos los cajones les cambió el fondo y las
cerraduras, y encoló algunas piezas y trozos de chapa que estaban rotas o despegadas. Éste último fue el trabajo más complicado, había que dibujar “el roto” en un papel,
colocarlo sobre un contrachapado de pino y recortarlo con una segueta, después
lijarlo, teñirlo del color más parecido al mueble y pegarlo. Prueba superada
con un seis.
Con varias
capas de barniz (no recordamos cuántas) y sus correspondientes lijados lo terminó. Yo elegí los embellecedores.
Mirad
qué graciosa la ayudante de mi marido. Para qué querría ese "pedazo de palo"?